domingo, 10 de junio de 2007

Perdida...

Jueves, dos de la tarde y cerca de treinta grados en la temperatura ambiente. Decido dejar la computadora y salir a respirar un aire mejor, pero ¿con quién? Para eso está el messenger, me digo, y acto seguido abro la ventana de diálogo y te saludo. Al parecer me lees la mente, pues, en minutos estamos citados para encontrarnos sobre el puente de la avenida, igual que la vez pasada.

"Flaquita linda, qué bueno que hayas venido, aunque ya me estaba durmiendo de tanto esperarte" Me miras con alegría controlada, beso en la mejilla, y, como ya es costumbre, te encaramas en el asiento posterior de la moto que recien reparada nos lleva raudamente hacia la costa de esta ciudad.

Allí empezamos a hablar de nuestros respectivos puntos de vista sobre la vida y demás pamplinas. El viento desenreda tu cabello largo y, como si fueran cables eléctricos, reconecta mis ilusiones que tú notas pero que omites serenamente. Seguimos hablando de cualquier cosa, total, para mí es un banquete visual tenerte frente a mí a horcajadas sobre la barandilla del muelle, el mar abajo como reclamándote atención, tú soberbia, con tus gafas enfocadas al horizonte, ni lo miras ni a él ni a mí, pero tus ondulantes movimientos nos aprisionan a los dos. Hechizo de mujer.

"¿Y porqué ese gusto por estudiar literatura"?, pregunto verdaderamente intrigado. Y tú me explicas mil argumentos, pero yo no los atiendo ni entiendo. El viento te peina y te despeina, y el sol acentúa el contraste entre tu piel cobriza y la blancura de la arena. "Es que ya me cansé de vender de todo", sentencias, "he hecho de todo en la vida, Pepe, mira, he vendido de todo, pero no veo resultados... nada, nada, mira..." Y tus manos flacas al parecer intentan dibujarte a ti misma en el aire para enfatizar tus palabras. "¿Cómo de todo?", pregunto inocentemente. "Claro, ¿qué crees que hace una mujer cuando está así?", preguntaste y al parecer respondiste en simultáneo con un silencio final lacerante...

Y en ese momento sentí una vergüenza que me traspasó el alma e hizo que mi mirada se anclara en la arena. Me faltaba el aire que vine a buscar, y la temperatura era ahora insoportable a pesar del viento, el mar y la playa. Me sentí culpable de estar ubicado en el género másculino, mercado cautivo para resolver situaciones como las insinuadas. "Vaya, por Dios, ¿porqué se dan estas cosas tan injustas?", me dije para adentro mientras intentaba respirar el aire que parecía se había aligerado o ya no servía para oxigenarme.

Cuando levanté la mirada tú te habías quitado las gafas, pero igual seguías mirando al horizonte mientras una lágrima era secada por el viento...

Silencio total motivado por lo agitado de nuestras respiraciones. Tú crucificada por la vida ante mis ojos, y yo intentando calmarme recordando alguna melodía según se aconseja en las técnicas de control mental. Pero sólo se me vino a la mente el bolero aquel que dice: "... perdida, yo le daré a tu vida -que destrozó el engaño- la verdad de mi amor..."

Barranco, 16 de Abril de 2007.

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