domingo, 10 de junio de 2007

Cecilia...

La belleza extraordinaria en una mujer tiene el peligroso defecto de persuadirnos silenciosa y subliminalmente del resto de sus virtudes. De este modo, tendemos a creer, en el clímax de la ilusión y la ceguera seguramente hormonales, que una mujer hermosa en lo epidérmico contiene necesariamente un alma noble y demás virtudes interiores. Craso error.

El otro día leía la noticias internacionales en el kiosko de la esquina en medio de un abigarrado grupo de transeuntes ávidos de lecturas que suenan a guión de reality show. Se veían fotos en primera plana que daban la impresión de estar viendo un álbum íntimo o algún recorte de esas revistas que suelen leerse a escondidas. Pero no, pues, diversos periódicos, incluyendo los que se consideran "serios", daban cuenta de la misma noticia. Era ella. El silencio reinaba entre todos los que leíamos los grandes titulares. El mundo se desmoronaba y la desintegración de las ilusiones sobre la reina de la belleza mundial oscurecía al resto de mujeres semidesnudas que la acompañaban colgadas en los periódicos del kiosko. Total, parecía ser el silente y afligido pensamiento unánime, si la reina es capaz de semejante bajeza, ¿qué podemos esperar de las princesas?

Pobre Cecilia, mala cosa has hecho no sé si arrastrada por la temperatura de particulares y muy respetables epidermis o por la energía desbocada de tu famosa estirpe, duda que es la herencia más irritante (por el efecto irreversible de la publicidad) que le puedes haber legado.

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